domingo, 15 de enero de 2017





             NO HAY ESPERANZA SIN LUCHA.


Leo en el suplemento cultural de la vanguardia, una entrevista al catedrático emérito de Filosofía del Derecho, Juan Ramón Capella.
Y entre todas las interesantes aportaciones que llenan el artículo, me quedo con esta frase:
"No hay que atesorar esperanza, hay que tener rabia".
Deduzco que lo que el filósofo quiere transmitir con ello (no he leído aún su libro y tan solo tengo como referente esta entrevista), es evitar esa tendencia tan humana a esquivar el trabajo voluntarioso y reaccionario que supone inevitablemente, el único sendero posible ante una situación social injusta, indigna o simplemente obsoleta. Excusándonos al hacerlo en la tan reiterada "esperanza" al cambio, y no reaccionar con "rabia", ante algunos hechos tan indignos y crueles que parece no dejarían otra opción.
Tan negativa y peligrosa es una actitud que promueve la violencia y el sufrimiento ajeno, como otra que lo acepta con resignación, queja, critica, menosprecio e incluso esperanza. Y no actúa.  
Porque la pasividad no se enfrenta nunca al enemigo, pero acaba sustentándolo y manteniéndolo, que es lo mismo que aceptarlo.
En cambio la acción es vistosa y ruidosa, deja residuos evidentes. Pruebas y rastros imposibles de esconder. Pero es honesta con sus valores, y valiente por defenderlos.
Algo que es imposible hacerlo sin unas dosis de enérgica embestida y algo de rabia en el espíritu.
Sin embargo vivimos en una sociedad hipócrita y tremenda mente falsa y manipuladora. 
Nos confunden haciéndonos creer que la rabia es sinónimo de violencia. Y así el poder institucional, nos mantiene sumisos y obedientes: inactivos, a sus fechorías evidentes, pero fraguadas en el marco de la legalidad que ellos mismos han creado. 
La rabia es el estadio previo a dos posibles actitudes: deshacer posibles injusticias o acabar absorbido por las pestilentes aguas movedizas del fanatismo o terrorismo.
A veces no depende de uno mismo llegar a un buen puerto. 
En una sociedad democrática y occidental, la rabia se reprime porque nuestra zona de confort, que aún se mantiene, nos lo impide.
En una sociedad centralizada y fanática, a quienes la rabia les nació de las mismas entrañas al ver morir despedazados y violentados a sus hijos, padres y hermanos. No les queda otra que dejarse acariciar por el tenebroso psicópata y seductor, terrorismo, quién en nombre de Alá les devuelve algo de justicia y cordura a su ya incapacitado ser por sentir alguna de ellas.  
Es muy falso y poco honorable, responsabilizar únicamente a quienes han decidido matar por matar, sin antes hacer una regresión a la historia de la mayoría de las vidas de esos monstruos, que un día fueron probablemente muchos de ellos, buenos hombres y mujeres con más esperanza que rabia en sus entrañas.
Ojalá la rabia sirva algún día no para agredir. Sino para decir basta y actuar en consecuencia. Pero para que eso ocurra necesitamos que la mayoría de la sociedad "bien estante" occidental, reaccione, actúe y se comprometa a dejar de alimentar a aquellas democracias, que han incumplido sus principales principios éticos con sus ciudadanos.

Margarita Basi.

  
   

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