viernes, 6 de marzo de 2015

   



                                                          CAPITULO III

"Juzgamos muy rápido a las personas. Nuestra verdadera historia no está en el exterior, sino escondida en el interior más profundo de nuestras emociones y sentimientos".  



Carlota empezó con tres años a ir al colegio. Me contó que para ella sus padres eligieron un colegio religioso y que su hermano iba a otro laico y además bilingüe, yo le pregunté el porqué pues me parecía extraño que  dos hermanos fueran a distintos colegios.
Ella se encogió de hombros y quedando unos segundos en silencio mirando al vacío, como queriendo averiguar algo más  de lo que era evidente, dijo con tono despreocupado: " mis padres eran muy convencionales....."  
Carlota me contó como pasó los dos años de párvulos llorando y siempre castigada en un rincón de la clase, pues no quería hacer las actividades y tareas que las monjas exigían  a las niñas.
A su abuela le daba lástima que a Carlota la recogiera del colegio cada día la asistenta, y a veces iba ella misma a buscarla. Y a quién encontraba era alguien muy distinto a su nieta; sucia, aislada en un rincón de la sala de recogida y con unos chorretones negruzcos que dibujaban formas extrañas en el rostro ovalado y expresivo de una niña completamente atemorizada y paralizada.
"Esta niña es una malcriada y consentida, ha de aprender a pasar por el aro como todas",  le rechistaba la monja cubana a la abuela de Carlota cada vez que la veía entrar en la sala.
"Disculpe pero mi nieta tiene un nombre, Carlota y no es cierto que esté mimada, mi nieta tiene otro hermano y pasa muchos celos porque a ella no la hacen ni caso. Y si usted fuera una buena educadora jamás diría esas cosas de una niña tan pequeña".
Bien por la abuela! Pensé.
Carlota le preguntaba a su madre porque no la venía a buscar al colegio y su madre siempre le decía lo mismo; que lo hacía por su bien, así ella sufriría menos.

Casi cada tarde su abuela querida llegaba a su casa pocos minutos después de que ella llegara del colegio. La pequeña Carlota gritaba:
"¡Abuelita !  Y señalaba sus labios para que ésta sacara de ellos el rojo carmín, y pudiera besarla sin que  Carlota pareciera que tuviera el sarampión.
Carlota recordaba como su abuela le contaba que siendo ésta muy pequeña era una niña risueña, femenina, lista, divertida, impaciente pero cariñosa y expresiva, sin embargo al cumplir los tres años su carácter fue cambiando y volviéndose oscuro, desconfiado, poco afectuoso y apenado.

Los años en el colegio iban transcurriendo lentos, muy lentos, fríos y solitarios, esa era la sensación que le evocaban a Carlota esa etapa.
Carlota tenía un fuerte temperamento y no soportaba ser ni leader ni seguidora de nadie. Así que solo tenía una o dos amigas en clase igual de "especiales" como ella, con las que jugaba y charlaba.
En quinto curso, con diez años la profesora les hizo pintar un payaso de yeso como regalo para el día de la madre.
Todas las niñas utilizaban colores vivos y atrayentes para pintar la cara y vestido del payaso. Carlota estuvo mirando la paleta de colores un rato y no se le ocurrió otra cosa que elegir el negro para pintar todo el payaso.
Las niñas la miraban de reojo extrañadas pero Carlota estaba poseída por ese color y a través de cada pincelada parecía poder mimetizarse con aquel payaso al que Carlota había cubierto con el color de la ausencia y de la nada....
Yo que había disfrutado tanto en el colegio y había hecho tan buenas amigas no podía entender como Carlota había estado tan sola. Juzgamos muy rápido a las personas sin saber su historia y yo aquel día sentí a  Carlota más cercana y humana que nunca, y dejé de verla como a una frívola y  soberbia mujer de clase alta.

La profesora sospechó que algo no iba bien en Carlota......                                     

No hay comentarios:

Publicar un comentario