lunes, 9 de marzo de 2015

     



                                                        CAPITULO IV

"A  AMAR SE APRENDE Y NUNCA ES TARDE PARA ELLO"

La profesora que detectó la profunda tristeza que expresaba Carlota a través de pintar aquel payaso de riguroso luto, se llamaba Mª Eugenia. Ella fue junto con su abuela las únicas personas que supieron leer entre lineas y no se dejaron llevar por lo aparente y externo que transmitía Carlota, sino que fueron más allá de sus rabietas y silencios, de sus arranques de ira o de miedo y detectaron un gran y sensible corazón que pedía a gritos ser atendido, tan solo eso.
Mª Eugenia habló con la madre de Carlota y le propuso dar a su hija clases particulares. 
Carlota me dijo que con los años se dio cuenta de que la verdadera intención de Mª Eugenia con ella, no era tan solo ayudarla con los estudios sino que su dedicación iba más allá. Aquella profesora la escuchaba con una atención y empatía que eran totalmente desconocidas para ella.
Carlota me dijo:
"Al principio me costo mucho confiar en ella pero después de un tiempo aprendí no solo  ecuaciones y fracciones sino a hablar de mis sensaciones y sentimientos por primera vez. Tenía diez años." 
"Mª Eugenia estaba pendiente de mi no solo academicamente incluso cuando ya no era mi tutora, sino a nivel de relaciones sociales en la escuela. Sabía que yo no era muy hábil en estas cuestiones y ella me presentaba a otras niñas con las que yo nunca hubiera contactado, pero que resultaron ser buenas amigas".

Mientras en casa de Carlota había un gran revuelo, aquel año nació su hermana Patricia y Carlota recuerda como estaba de ilusionada pensando que por fin ya no estaría tan sola, porque podría jugar con un bebe de verdad. Antes de que su hermana y su madre llegaran del hospital, entró en su casa una mujer mayor de cabellos blancos.
A Carlota no le había dicho nadie quién era y que hacia en su casa esa mujer. Carlota preguntó a Carmen la asistenta, quién era aquella señora y Carmen con gesto aburrido y algo molesto le dijo: "Es la canguro de tu hermanita, va a vivir aquí con nosotros".
Carlota intentaba captar su atención pues era la novedad, y como ni  sus padres ni su hermano le hacían mucho caso, debió creer que esta mujer jugaría con ella.
Al primer intento de conacto aquella áspera y amargada mujer le espetó a Carlota : "Déjame tranquila yo estoy aquí para cuidar de tu hermana y no de ti que ya eres muy mayor".
Quizás otro niño hubiera reaccionado mejor a aquel desprecio, pero Carlota era una esponja en busca de atención y de despertar en alguien algún interés. Aquello no había hecho más que empezar....

Ella y su hermano cenaban cada noche en la cocina, mientras "el ama", así es como su madre llamaba a aquella antipática  mujer preparaba una sémola a Patricia. Carlota estaba muy atenta a los sonidos y voces que venían del otro lado del pasillo, pues le alertaban de cuando iban a salir sus padres que solían ir muy a menudo a cenar fuera de casa. 
Carlota al principio era feliz creyendo que cuando volviera del colegio podría coger a su hermanita en brazos y ayudar a bañarla o ponerle crema mientras jugueteaba con sus pequeños deditos.
Pero nunca pudo hacerlo, detrás de la puerta entreabierta del baño Carlota abría sus profundos y grandes ojos para no perderse ningún detalle de aquella escena, de la que no llegaría a ser participe.
No solo no podía ver como bañaban a su hermana, sino que tampoco la dejaban estar en el cuarto del bebe.
Tan solo cuando venía de visita su abuela del alma que era bastante a menudo, Carlota podía tocar, mimar y besar a su pequeña princesa, porque su abuela que era muy consciente del desprecio que su nieta mayor soportaba de aquella mujer le decía lo siguiente, con voz alta y poderosa:
"Ya está aquí la abuela así que usted (refiriéndose al ama) ya puede ir a descansar que hace mala cara. Yo me encargo de mis nietas."
Y la mujer descontrolada rechistaba: "Pero yo me ocupo del bebe, su hija me ha dicho....." Y sin dejar que acabara la frase, mi abuela le decía: "No se preocupe yo hablo con mi hija y ella está de acuerdo" Y poniendo la  abuela las manos en jarras con mirada desafiante lograba siempre que aquella mujer se retirara con el rabo entre las piernas. Y Carlota me decía que ella era feliz cuando eso ocurría.

Margarita Basi.    
                          

                                                     

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