viernes, 22 de mayo de 2015

 



    EL REY PESCADOR


Hoy empiezo un ciclo de artículos dedicados al hombre.

En mi primera novela: "Yo, Amazona", rendía homenaje a la mujer, a la mal entendida fuerza femenina que, a mi entender, ha subestimado y falseado la verdadera potencia energética  y creatividad  femenina, por otra al servicio extremo de los demás y por supuesto de los hombres.

Actualmente estoy escribiendo una segunda novela, que quiere rendir un tributo a la masculinidad autentica y perdida que antaño tuvieron los hombres, antes de que éstos renunciaran a mantener intacta su virilidad, aquella que no es tan solo potencia sexual y conquistadora, sino que está hecha de generosidad, lealtad, libertad, bondad, fuerza y carácter, admiración por las féminas y orgullo y amor propio.  

Para ello nada mejor que un cuento, una leyenda, un mito.

La leyenda del Rey Pescador es un relato que pretende mostrar las facetas de crecimiento y evolución de un hombre desde que deja la niñez en la adolescencia, hasta el momento de su muerte.

Y lo hace a través de un viaje de iniciación en el que un un muchacho inexperto pero lleno de ilusión e ingenuidad, tratará de alcanzar retos para los que aún no estará preparado, produciéndose así la herida o  el trauma que todo hombre ( y también mujer pero en este caso hablamos solo del hombre) experimenta en su primera juventud o adolescencia. A partir de entonces el joven quedará marcado con una herida psicológica de la que normalmente no será consciente  hasta que un día, una experiencia o acontecimiento llegará a su vida ya adulto y le retará, motivará o empujará para que resuelva esta vez con éxito la situación complicada a la que tiene que enfrentarse.
Pero no todos los hombres adultos son humildes, valientes y conscientes de que esta vez no pueden fallar si quieren deshacerse de una vez por todas de los fantasmas y anclas que los atormentan o arrastran a una vida sin mucho sentido e insatisfacción.
Solo aquellos que derrumben sus rutinas y aparente confort, lograrán sanar sus heridas y regenerarse consiguiendo así alcanzar una verdadera masculinidad y una liberación de cargas que no dejaban espacio al potencial que todo hombre lleva en su interior.  

"Erase una vez un muchacho que iba a ser un futuro Rey. Éste fue llevado al bosque una noche, para que demostrara su valor como acto de iniciación que  todo joven que aspira a hacerse un hombre debía realizar.
Ya en el bosque el joven vio una hoguera en medio de un claro y quedando fascinado por su poder de atracción, se encaminó hacia la luz que desprendían sus llamas.  
Al llegar a la hoguera vio en su interior y rodeado por las llamas el Santo Grial. Una voz en su interior le dijo: - "Solo tu futuro Rey puedes ser el guardián del Grial, ese es tu destino".
El muchacho confundido y extasiado por la bella imagen del Grial, extendió su brazo hacia la hoguera para alcanzarlo sin percatarse de que las llamas le quemarían. El futuro Rey sufrió unas leves quemaduras que aunque sus médicos intentaron curar no lograron nunca que éstas cicatrizaran.
Cuando el joven se convirtió en Rey, marchó con sus caballeros en busca del Grial, con la creencia de que si lo hallaba, sus heridas por fin sanarían. Pero no lo encontró.
A medida que pasaban los años, el Reino se consumía al igual que lo hacía su Rey: las cosechas no daban frutos, los súbditos enfermaban por falta de alimento y la alegría y voluntad de cuidar unos de otros se fue extinguiendo a la vez que su Rey agonizaba.
El Rey decidió volver a su castillo y esperar a que la muerte  lo liberara de tamaño sufrimiento. Sus heridas se habían hecho más y más grandes.
Cientos de caballeros llegaron al castillo para ayudar al Rey y le prometieron volver con el Grial que le sanaría, pero ninguno de ellos lo consiguió.

El Rey tan solo encontraba algo de consuelo cuando salía a pescar. En el silencio del lago y a solas con la inmensa y bella  visión de la naturaleza, parecía que el dolor era más soportable.

Cierto día llegó al castillo un hombre de aspecto y forma de ser curiosa: no parecía un caballero, sus ropajes no eran muy elegantes y su manera de moverse era algo desgarvada. Como no encontró a ningún centinela en la puerta entró en el castillo para curiosear pues no había estado nunca en ninguno. Al entrar escuchó los lamentos del Rey que se quejaba de dolor, pero el hombre desconocía que aquel quién gritaba fuera el Rey.
El hombre algo tonto, se acercó hasta el Rey y le dijo:
- ¿Que te aflige amigo?
El Rey contestó: 
- Estoy sediento, dame agua.
El tonto cogió una copa que estaba junto al lecho, la llenó de agua y se la dio a beber al Rey. Cuando el Rey comenzó a beber se percató de que sus heridas desaparecían y sanaban y de que la copa en la que bebía era el Santo Grial.
El Rey sorprendido se volvió hacia aquel hombre y le dijo:

- ¿Cómo has encontrado lo que mis mejores y más valerosos caballeros no han podido hallar?  
Y el tonto le contestó:
- No lo sé, solo sé que tu tenías sed."


En el próximo blog explicaré las interpretaciones que especialistas en psicología masculina han dado sobre este relato. Realmente son sorprendentes y muy interesantes.


Margarita Basi      


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