domingo, 17 de julio de 2016

                

                                HOMBRE Y MUJER

                                

     Llevo años estudiando y analizando los roles de identidad femeninos y masculinos, porque me entusiasma la complejdad y plasticidad con la que ambas se construyen y mantienen, a veces, a costa de la pérdida de dignidad y respeto de la otra. 

La voluntad libre y decidida de proteger y respetar mi propia identidad, no ha de verse mermada o reducida por ningún tipo de convenio o institucionalismo social. Y más aún en este el primer mundo.

Dicho esto. No acabo de comprender como pueden mujeres que viven en ese primer mundo, seguir exigiéndo unos privilegios que lo único que hacen, es anclarnas aún más en la constatación de que, quienes faltan primero a su propia dignidad, responsabilidad y honor personal, son las propias mujeres.    

Tres son en mi opinión, los atributos femeninos que las féminas se resisten a abrazar, por que al hacerlo dejarían de disfrutar de una calidad de vida que les compensa, el vivir con la mitad de su poder femenino.

Y son: 

- Entrenar su capacidad de defensa física para empoderarse de seguridad y confianza ante cualquier agresión física, venga de un hombre o mujer.

- Unirse a otras mujeres en algunas etapas decisivas de la vida de una mujer: la primera juventud o en época de crianza.

- Distinguir entre dos conceptos completamente distintos y poco dados a ir de la mano: el sentimiento en una relación de pareja con un hombre, no tiene que significar unirse a él (¡con la intención de que sea además de por vida!) y poner en sus manos la responsabilidad de construir su proyecto vital de vida: criar juntos a los hijos, modificar, restringir o echar a perder su vocación o profesión, y su futuro económico.  

- Vivir la sexualidad femenina con la libertad de decidir en cada momento de su vida, como y de que manera vivirla. Sin que por ello se ponga en la palestra moral a la mujer, cada vez que elige vivir su sexualidad fuera del falso amparo protector de un hombre, que la llega a convencer de que el amor que siente hacia ella se mide por el nivel de celos, actos posesivos y críticos con la forma en que ella quiere y desea expresar su propia sexualidad.  

En definitiva, no son los hombres quienes nos imponen un modo de ser y de vivir nuestra feminidad, sino nosotras mismas.

Y hemos escogido la forma más conveniente, no solo para los hombres, sino para nosotras mismas.

Porque ser mujer sin contemplar estos puntos anteriormente citados, implica una elección libre y fuera de toda coacción.

Y esto es así porque la mayoría de las féminas son más miedosas que valientes, más perezosas que activas y más entregadas a los demás que a ellas mísmas.    

Hasta que las mujeres no decidan hacer un cambio por ellas mismas, sin contar con los hombres para ello. Los varones nunca las respetarán desde la profundidad de sus almas. Puede que en apariencia así sea, pero en el fondo seguirán respirando de la agresividad de sus instintos, porque continuarán buscando en nosotras, el equilibrio entre la empatía y la compasión y la fuerza libre, sexual y poderosa que toda mujer alberga en su interior.   

 

Margarita Basi.