miércoles, 15 de junio de 2022


 

                                                            LA PARENTIFICACIÓN 

                                            ( La forma más tóxica de alienación parental) 


La parentificación es una forma de violencia parental que surge cuando uno de los dos progenitores no consigue o no intenta aislar al hijo de su dolor después de una separación. El niño acaba victimizando a un progenitor y concibiendo al otro como culpable por lo que acaba rechazándolo. Durante ese proceso, que puede durar toda la vida, a veces, jamás se logra reestablecer el vinculo afectivo quedando roto de forma irreversible.

Cuando he leído esto, he sentido la seguridad absoluta de que es exactamente el tipo de violencia que mis hijos y yo (y porque no decirlo, incluso el padre de ellos) hemos experimentado, cada uno de forma distinta según nuestra posición o rol familiar.

Cada maltratador tiene sus propias razones para ejercer ese tipo de violencia familiar. La envidia y los celos hacia la madre que acapara la atención de sus hijos, el narcisismo que necesita adulación y atenciones emocionales continuas por parte del resto de la familia hacia él, y si no las tiene se trastoca y maltrata, la inseguridad e inmadurez que llevan a necesitar acaparar el amor de los hijos solo para uno...

Fuese como fuese el padre de mis hijos comenzó una estrategia de desprestigio, humillación, descrédito y menosprecio hacia mi persona, a partir del nacimiento de nuestro primer hijo. Y se prolongó en el tiempo más allá de los ocho años de convivencia. De echo es algo que nunca se acaba, porque tus hijos te lo recuerdan a pesar de que no mantengas contacto alguno con el padre. Debes aprender a vivir con ello.

El primer estadio de la parentificación, es la victimización del progenitor maltratador. Despliega todo su poder seductor y manipulador para ser visto como un perdedor, un sufridor, un mártir, que ha sido abandonado por una mujer loca y caprichosa, que no ha mirado por el bienestar de los niños al separarlos del padre. Obligado a abandonar el domicilia familiar ( que era de mi propiedad) el padre les decía a mis hijos: "No podré daros el beso de buenas noches", mientras éstos lloraban en su hombro. 

De nada sirvieron mis suplicas para darles la noticia juntos, para decirles a mis hijos que iban a vivir con papá siempre que quisieran, que él iba a venir a casa siempre que quisiera y que la separación solo era entre él y yo como pareja pero nunca como sus padres.

El segundo paso de la parentificación consiste en aumentar el grado de humillación y descrédito hacia el otro progenitor. En mi caso fue a través de frases del tipo: "Eres como un hijo más para mi", "No me sirves, me das más trabajo que ellos", "Que mal los vistes", "Esta comida no es buena", "Porque mis hijos no ven los dibujos" (cuando a las 20:30h yo descansaba viendo las noticias mientras ellos jugaban en su cuarto). Otro mecanismo que utilizaba mucho era hacerme luz de gas. Me aseguraba que lo que yo le decía que le había dicho no era cierto, sino imaginaciones mías.

Todo ello me llevó a un estado de ansiedad y depresión que alternaba dependiendo de las circunstancias y comencé a tomar ansiolíticos como si fuesen caramelos. Él, satisfecho, veía como su enemigo, el que le podía restar el amor y reconocimiento de sus hijos, quedaba destruido, alienado. Me sentía inútil, mala madre, amargada, inaguantable hasta para mi misma. Un despojo. ¿Y que puede ofrecer alguien quién no se ama a si mismo?    

Dejé de abrazar y besar a mis hijos, los abandoné emocionalmente. Los amaba ahogadamente, porque no era capaz de transmitirles amor. No me quedaba.


El tercer paso de la parentificación, que el padre acometió como estocada final hacia mi, fue el de separarme emocionalmente de mi entorno. No quería que saliéramos con amigos, ni a penas salíamos nosotros a cenar juntos. Se irritaba cuando dos o tres veces al año quedaba con mis amigas. Pero lo más terrible fue como aprovechó mi estado emocionalmente deplorable para demostrar a mis padres y demás familia como él era él único que mantenía unida a la familia y amaba a los hijos.

Sacaba champán cuando mis padres nos visitaban, les decía las cosas que a ellos les gustaba oír, invitaba siempre él cuando íbamos a comer a un restaurante, pero luego era yo quién pagaba la totalidad de los gastos de la casa y otros...     

Afortunadamente, mis amigas se dieron cuenta de su hipocresía debido a que con ellas si hablaba de las cosas que él me decía o hacía. Sin embargo, mis padres y hermanos nunca quisieron saber la verdad, o al menos mi verdad. Digamos que mi familia prefiere vivir ajena a una realidad doliente y fea, poco glamurosa para su gusto.

Y para acabar querría identificar la parte más terrible y doliente de este tipo de maltrato, y es la incredulidad con la que los demás (la sociedad) juzga al progenitor maltratado. Llegando a confundir al maltratador con la víctima.

En mi caso fue mi propia familia quién se acercó al padre al separarnos. Le consolaron y le atendieron. Le escucharon. Nadie nunca me pregunto que había ocurrido o como me sentía.

Cuando eres mujer la sociedad, la familia... Que a veces suele ser inmadura y simplista, considera contra natura que una madre se comporte de esta forma, que se aleje de sus propios hijos (no que los descuide que es distinto), para restaurarse como ser humano devastado por el propio padre de esos niños.  

El padre ha ganado. Ha despojado a mis hijos de su derecho a amar bien a su madre y el daño creo que ya es irreversible. Yo aprenderé a vivir con ello, gracias a mis buenas amigas y a mis terapeutas. Y lo que él jamás podrá usurparme es el maravillosos recuerdo de los besos y abrazos con los que me comía a mis hijos de pequeños, su olor y sus caricias en mi piel. Sus risas contagiosas y el amor incondicional que nos teníamos. 


Marga Basi    



       


martes, 14 de junio de 2022

 



                                               VIOLENCIA VICARIA


La educación emocional que existe actualmente es aún muy precaria, a pesar de que creamos lo contrario. Y necesita aún de muchos años de aprendizaje y experiencia para erradicar los comportamientos tóxicos que envenenan las relaciones familiares. Y que, cada vez con con mayor frecuencia, destruye los lazos y vínculos sagrados que todo hijo y su progenitor necesitan establecer para honrarse, respetarse y amarse.

Mi experiencia con la "violencia vicaria" ha sido como la de tantas madres y padres. No hemos sido conscientes de sufrirla hasta que nos ha estallado en la cara. 

Todo comienza cuando te enamoras sin responsabilidad, ni conocimiento propio de tus necesidades emocionales (que son tan importantes como las físicas) con las que se detectan los perfiles narcisistas y/o psicópatas. De ahí la importancia de enseñar en los colegios psicología y emociones a los niños desde primaria hasta la Eso.

Yo era una mujer manipulable, insegura y tremendamente emotiva y pasional. Por mi camino se cruzó un hombre seductor y narcisista (quizás también psicópata), pero yo solo veía en él al prototipo de amor romántico con el que todos nos habíamos educado.

Cuando nació mi primer hijo el padre comenzó su plan diabólico de maltrato hacia mi ( y sin saberlo también hacia sus hijos). Por un lado me iba apartando a la hora de compartir momentos de ocio junto a mi hijo. Acaparaba esos encuentros para él y el niño. Me llegó a decir que fuese yo a trabajar y él se quedaría en casa. Cuando vestía o hacía la comida de mi hijo, el padre se quejaba porque nunca estaba a su gusto. Al nacer mi segunda hija la cosa fue a peor. Yo disfrutaba mucho vistiéndola con trajes y lazos de colores. Teníamos una conexión especial. Ella era tan cariñosa y yo la cogía en brazos, la besaba... Pero el padre debió sentirse celoso y comenzó a decirme que le daba más trabajo que los niños, me ridiculizaba delante de ellos por estar viendo las noticias en lugar de ponerles los dibujos, si yo le recordaba algo que le había dicho sobre los niños él  me contestaba que no era así. Me hacía luz de gas continuamente.

Nunca quería salir conmigo a solas. Tan solo cuando de vez en cuando, llorando, le rogaba que hiciésemos un pequeño viaje los dos, accedía. Tampoco quería que los niños pasaran un fin de semana con sus hermanas cuando éstas se lo pedían.

Quería que yo hiciese el trabajo sucio, limpiar, cocinar, etc... Y él disfrutar de los niños. Afortunadamente yo tenía un patrimonio que me permitía vivir sin trabajar profesionalmente, y eso también le repateaba hasta el tuétano.  Porque un narcisista valora lo material mas que nada en el mundo. Su envidia hacia mi fue en aumento hasta el punto de hacerme sentir: estúpida, mala madre, mala esposa, una inepta...

Comencé a tomar ansiolíticos y a vivir más como una sombra que se arrastra y sobrevive que como una mujer madre de dos preciosos hijos que la necesitan. Pero yo estaba anulada desde mi alma y no podía entregar a mis hijos más que agotamiento, tristeza y dolor.

Nació mi tercera hija porque me sentía muy sola. Y en lugar de enfrentarme a la situación me deje llevar pensando que recuperar los sentimientos tan bonitos que había sentido hacia mi segunda hija, y que ya sentía perdida, podían regresar con otro bebe. 

La llegada de este bebe precipito la agonía y a los tres años de nacer, por fin, me separé de él. Y en ese momento el padre comenzó su verdadera venganza contra mi. Poner en marcha sus cualidades infinitas de manipulación, seducción y sometimiento soterrado, con el que pretendía que mis hijos me odiaran y solo le amaran a él.


Desde ese día hasta hoy han pasado quince años y aunque el padre ha conseguido envenenar y retorcer los vínculos sentimentales que existen entre mis hijos y yo, creando un rechazo bidireccional con el que mis hijos y yo nos comunicamos y tratamos. Si es verdad, que ellos están descubriendo aspectos de su padre que lo delatan.

 

Ver en los ojos de tu hija la misma mirada de odio con la que su padre me miraba. Sentir la misma entonación sarcástica y sibilina con la que mi hijo me recrimina tal y como lo hacía su padre conmigo, y tantos gestos, palabras, silencios igualmente dañinos. O te acaba matando o enloqueciendo, o te hace reinventarte.

Yo estoy en ese camino, un sendero largo a veces tortuoso, pero otras lleno de recompensas. 

Soy afortunada por contar con amigas, terapeutas, y con tres hijos que me enseñan a nunca desfallecer sino todo lo contrario. Y aunque mi familia de sangre me abandonó en este proceso, no se lo tengo en cuenta. Porque solo quién ha sufrido este tipo de violencia (a excepción de buenos profesionales), puede estar a la altura de tan arduas circunstancias.  


Margarita Basi.