martes, 14 de junio de 2022

 



                                               VIOLENCIA VICARIA


La educación emocional que existe actualmente es aún muy precaria, a pesar de que creamos lo contrario. Y necesita aún de muchos años de aprendizaje y experiencia para erradicar los comportamientos tóxicos que envenenan las relaciones familiares. Y que, cada vez con con mayor frecuencia, destruye los lazos y vínculos sagrados que todo hijo y su progenitor necesitan establecer para honrarse, respetarse y amarse.

Mi experiencia con la "violencia vicaria" ha sido como la de tantas madres y padres. No hemos sido conscientes de sufrirla hasta que nos ha estallado en la cara. 

Todo comienza cuando te enamoras sin responsabilidad, ni conocimiento propio de tus necesidades emocionales (que son tan importantes como las físicas) con las que se detectan los perfiles narcisistas y/o psicópatas. De ahí la importancia de enseñar en los colegios psicología y emociones a los niños desde primaria hasta la Eso.

Yo era una mujer manipulable, insegura y tremendamente emotiva y pasional. Por mi camino se cruzó un hombre seductor y narcisista (quizás también psicópata), pero yo solo veía en él al prototipo de amor romántico con el que todos nos habíamos educado.

Cuando nació mi primer hijo el padre comenzó su plan diabólico de maltrato hacia mi ( y sin saberlo también hacia sus hijos). Por un lado me iba apartando a la hora de compartir momentos de ocio junto a mi hijo. Acaparaba esos encuentros para él y el niño. Me llegó a decir que fuese yo a trabajar y él se quedaría en casa. Cuando vestía o hacía la comida de mi hijo, el padre se quejaba porque nunca estaba a su gusto. Al nacer mi segunda hija la cosa fue a peor. Yo disfrutaba mucho vistiéndola con trajes y lazos de colores. Teníamos una conexión especial. Ella era tan cariñosa y yo la cogía en brazos, la besaba... Pero el padre debió sentirse celoso y comenzó a decirme que le daba más trabajo que los niños, me ridiculizaba delante de ellos por estar viendo las noticias en lugar de ponerles los dibujos, si yo le recordaba algo que le había dicho sobre los niños él  me contestaba que no era así. Me hacía luz de gas continuamente.

Nunca quería salir conmigo a solas. Tan solo cuando de vez en cuando, llorando, le rogaba que hiciésemos un pequeño viaje los dos, accedía. Tampoco quería que los niños pasaran un fin de semana con sus hermanas cuando éstas se lo pedían.

Quería que yo hiciese el trabajo sucio, limpiar, cocinar, etc... Y él disfrutar de los niños. Afortunadamente yo tenía un patrimonio que me permitía vivir sin trabajar profesionalmente, y eso también le repateaba hasta el tuétano.  Porque un narcisista valora lo material mas que nada en el mundo. Su envidia hacia mi fue en aumento hasta el punto de hacerme sentir: estúpida, mala madre, mala esposa, una inepta...

Comencé a tomar ansiolíticos y a vivir más como una sombra que se arrastra y sobrevive que como una mujer madre de dos preciosos hijos que la necesitan. Pero yo estaba anulada desde mi alma y no podía entregar a mis hijos más que agotamiento, tristeza y dolor.

Nació mi tercera hija porque me sentía muy sola. Y en lugar de enfrentarme a la situación me deje llevar pensando que recuperar los sentimientos tan bonitos que había sentido hacia mi segunda hija, y que ya sentía perdida, podían regresar con otro bebe. 

La llegada de este bebe precipito la agonía y a los tres años de nacer, por fin, me separé de él. Y en ese momento el padre comenzó su verdadera venganza contra mi. Poner en marcha sus cualidades infinitas de manipulación, seducción y sometimiento soterrado, con el que pretendía que mis hijos me odiaran y solo le amaran a él.


Desde ese día hasta hoy han pasado quince años y aunque el padre ha conseguido envenenar y retorcer los vínculos sentimentales que existen entre mis hijos y yo, creando un rechazo bidireccional con el que mis hijos y yo nos comunicamos y tratamos. Si es verdad, que ellos están descubriendo aspectos de su padre que lo delatan.

 

Ver en los ojos de tu hija la misma mirada de odio con la que su padre me miraba. Sentir la misma entonación sarcástica y sibilina con la que mi hijo me recrimina tal y como lo hacía su padre conmigo, y tantos gestos, palabras, silencios igualmente dañinos. O te acaba matando o enloqueciendo, o te hace reinventarte.

Yo estoy en ese camino, un sendero largo a veces tortuoso, pero otras lleno de recompensas. 

Soy afortunada por contar con amigas, terapeutas, y con tres hijos que me enseñan a nunca desfallecer sino todo lo contrario. Y aunque mi familia de sangre me abandonó en este proceso, no se lo tengo en cuenta. Porque solo quién ha sufrido este tipo de violencia (a excepción de buenos profesionales), puede estar a la altura de tan arduas circunstancias.  


Margarita Basi.

       

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