sábado, 25 de febrero de 2023


 

                                                                      LA NIÑA


Una leyenda muy muy antigua explica que los niños y niñas eligen a sus futuros padres antes de nacer. Los sabios y chamanes de las sociedades antiguas sabían que todos venimos al mundo con heridas emocionales de vidas pasadas, y que solo nosotros escogemos el entorno familiar más adecuado para que nos facilite el aprendizaje con el que, si así lo decidimos, sanar nuestras heridas kármicas.  

Hay multitud de heridas, y una de ellas es el desamor propio. Que es lo contrario a sentir amor propio. Nacer con ese sentimiento hacia uno mismo supone poseer una gran fortaleza emocional y personal (porque según los sabios ancestrales, ningún ser humano recibe heridas kármicas que sus capacidades no puedan superar), pero a la vez "obliga" a ese niño, y después adulto, a experimentar el abandono, el rechazo, y la soledad, con las que tocar fondo con el fin de reinventarse y, por fin, amarse. 

Sin embargo, sino lo consigue puede caer fácilmente en relaciones de dependencia emocional, apegos, toxicidad relacional, o adicciones de todo tipo. O incluso, en el peor de los casos, el suicidio.    


Cuenta la leyenda que Alma era un bebe que nació con esa herida. Vino al mundo con dos vueltas de cordón umbilical alrededor del cuello, pero la pericia del médico en el momento de extraerla del útero materno, le salvaron la vida. Siendo aún un bebé de pocos meses, Alma sentía mucho miedo al oír voces extrañas, músicas siniestras o fuertes ruidos. Tampoco le gustaba la oscuridad, ni que la dejaran sola en el parque. 

Antes de cumplir los tres años Alma era una niña cariñosa, besucona, y algo traviesa, a la que no le importaba la mirada fría y distante que sus padres mostraban ante su arrebatadora energía vital. 

Pero un día, Alma noto por primera vez un pinchazo en el pecho cuando su madre la apartó  de su cuerpo, como ya había hecho otras veces, al tratar ella de abrazarla para llegar a sus mejillas y besarla. A partir de aquel día Alma comenzó a dejar de reír y se volvió una niña triste y arisca. Lloraba por todo, nada la satisfacía. Sentía tanta pena y rabia a la vez en su interior, que era incapaz de decir dos palabras seguidas sin ponerse a llorar. 

Su padre, que trabajaba todo el día, estaba demasiado cansado para prestarle atención y tampoco podía entender como su hija, que lo tenía todo, se mostraba tan poco complaciente y agradecida con ellos por haberle dado una vida cómoda y materialmente plena.

Alma creció sin un progenitor que la tocara, la abrazara, o simplemente le preguntara cómo se sentía, que era lo que le pasaba cuando se enojaba o lloraba de esa forma inexplicable. Sus padres y su entorno le enseñaron a que una niña que tiene la vida materialmente solucionada no puede sentirse triste, no tiene derecho a hacerlo porque es ser desagradecido. De echo le enseñaron a sentirse en deuda con el mundo, con todos aquellos que no tenían su suerte.      

Alma siguió creciendo y alimentando rabia, ira, soledad, y una gran pena en su corazón. Pero como decidió sobrevivir, porque era una guerrera, volcó todo ese dolor en seducir a los demás. Sería la amiga más fiel y simpática, sería la hermana más complaciente y divertida, sería la amante más fogosa y sensual, sería la trabajadora más eficiente y perfeccionista. Pero sobre todo, tragaría con las miserias de los demás para que la quisieran, y aceptaría una parte de culpa por haber nacido injustamente rica. Y Alma se olvidó de amar a su niña que empezó a morir.

Un día Alma se casó con un hombre que no la amaba (porque ella se odiaba) y solo la quería para ascender social y profesionalmente. Era un gran seductor por lo que no solo la enamoró a ella, sino a la familia de Alma que cayó rendida a sus encantos de vendedor de humo. 

Tuvieron dos hijos a los que él trató de separarlos emocionalmente de su madre, a través de menospreciarla delante de ellos y plantando así en los hijos, ese mismo sentimiento de desarraigo hacia su  madre. Uno de los hijos no sucumbió a aquella traición, pero el otro sí. 

Cuando Alma se dio cuenta de la situación se separó de su marido y buscó apoyo en su familia, pero ¿Cómo iba a encontrarlo? Su familia, en cambio, protegió y cuido del marido de Alma al que veían como "el abandonado" por la "oveja negra" de la familia "la rara"...

Allí empezó para Alma un proceso de sanación y de recuperación de su "niña interior", del que nunca acabó de curarse, pero sí consiguió con los años, aceptar su herida y blindarse de todas aquellas personas que no se alegraban de su nueva vida, de su nueva forma de comportarse, de ser. Y que no participaban de su alegría por cuidar de nuevo de su pequeña niña interior. 

Ahora Alma vuelve a sonreír, saca a bailar a su niña cuando nadie la ve, se ríe a carcajada limpia sin sentir las miradas reprobatorias de los demás, porque le importan un pimiento. Sabe alejarse de personas que la miran con envidia por tener la mirada limpia y el corazón contento, y juega y camina junto a personas que, como ella, son transparentes emocionalmente, fieles y buenas personas.

Mi más sincero homenaje, admiración, y amor incondicional, a todas las niñas y mujeres que, como Alma, han vencido su herida emocional y son ahora pequeñas luciérnagas que revolotean juguetonas y orgullosas disfrutando de sí mismas. Y comprendiendo que solo el amor hacia uno mismo posibilita el amor a los demás.


MARGARITA BASI

     

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